Cuando los agentes secretos soviéticos, dirigidos por Orlov, y sus sicarios españoles, entre los que destacaba el coronel Ortega, secuestraron, torturaron y asesinaron a Andrés o Andreu Nin López, en junio de 1937, algo en la II República se rompió para siempre.
No se explica el final de la guerra sin la fosa que se abre, con el cuerpo de Nin dentro, entre los que estaban dispuestos a todo al servicio de Stalin y los que, desde entonces, miraron a Moscú como un peligro más que como un aliado. Si Moscú era capaz de mandar asesinar a un hombre inofensivo políticamente como, de hecho, lo era Nin, ¿qué podía esperarse de bueno que viniera de Moscú? Ni armas siquiera, que por entonces, además, empezaron a llegar de forma harto irregular, a pesar de estar pagadas de antemano y de sobra con el oro del Banco de España enviado a Odessa.
Y es que la historia de Nin, como la de los otros grandes personajes del POUM, Maurín y Gorkin, era la de la izquierda española del siglo XX. Formado en el anarquismo, con gran facilidad para los idiomas -daba clases de catalán y de español entre presión y prisión, y pronto se ganó la vida como traductor en las épocas de clandestinidad- Nin era, con Pestaña, una de las jóvenes promesas del movimiento libertario, cuando triunfó el golpe de Estado leninista y fue enviado a Moscú para averiguar las características del régimen y después decidir si la CNT se sumaba a la naciente III Internacional. Nin hizo algo más que mostrarse favorable_ se quedó en Moscú. Allí empezó a trabajar en la organización de la Profintern, la Sindical Obrera de la III Internacional, y recorrió Europa como agente soviético buscando su implantación, tarea dificilísima porque los socialistas y los anarquistas tenían el control absoluto de ese terreno y pronto se mostraron opuestos al sectarismo leninista.
Nin tardó poco en desengañarse de la revolución. Dos años después de instalarse en su despacho de la Profintern ya le contó a Gorkin sus dudas sobre la evolución de la URSS y, en especial, sobre la sucesión de Lenin. Su favorito era Trotski, con el que mantenía muy buena relación Fue precisamente lo que, años después, le costó la vida.
Y es que Trotski, además de crear el Ejército Rojo y de forjar, mano a mano con Lenin, el régimen de terror que, a través de la cheka, dirigió desde los primeros meses de la revolución Félix Dzerzhinski, tenía debilidad por los escritores e intelectuales, a los que adoctrinaba y con los que se entretenía en largas veladas, bien regadas con vodka. Nin tenía un lugar importante aunque relativamente marginal en la naciente nomenklatura y pertenecía al círculo de los Maiakovski, Esenin, Bábel, Lili Brik, Lieniak y otros que, con Gorkin en la distancia, y Meyerhold en las tablas, sin olvidar a Dziga Vertov, Pudovkin y Eisenstein en el cine, formaron una especie de Corte de Camelot en la naciente revolución soviética.
Nin tradujo al catalán y al español varios libros de Lenin, de Trotski y de los pocos teóricos que por entonces tenía el partido bolchevique, pero complementaba su sueldo y su afán lliterario con la traducción de narraciones de todos aquellos brillantes escritores, entre las que destaca Caballería Roja, de Isaak Bábel.
Pero el rey Arturo Illior Ulianov murió y no había caballeros en torno a la Mesa Redonda de la revolución de octubre. La lucha sorda entre Trotski y Stalin por la sucesión leninista, la tuvo ganada Stalin desde el principio, pero tardó algún tiempo en tomar represalias. Así pudo censar a todos los que, en un momento dado, podían serle hostiles, y se dispuso a deshacerse de ellos.
Entre los trotskistas, que eran simplemente los que se oponían a Stalin o a ciertas formas del terror soviético que no tenían sentido después de ganar la Guerra Civil, figuró desde el principio Andrés Nin. Trotski pudo salir vivo de la URSS pero sus amigos se quedaron y, en la práctica, se convirtieron en prisioneros del naciente estalinismo. Nin tuvo además la gallardia de no esconder nunca sus diferencias con Trotski pero también de ayudarlo cuantas veces pudo, porque consideraba injusta su persecución. Esto lo llevaba de cabeza a la cheka y al tiro en la nuca, cuando su mujer. Olga Tareeva, le impuso la huida de la URSS como única forma de salvar la vida, Las autoridades negaron el visado. Entonces, Olga se presentó en la sede del KGB -entonces GPU- diciendo que si no les dejaban salir, se pegaría un tiro en la puerta de la Lubianka. Y sacó la pistola para demostrarlo. La vieron tan decidida que les dejaron salir.
Cuando Nin regresa a España está naciendo la II República y él funda un grupo claramente trotskista, Izquierda Comunista, que, sin embargo, tropieza con dos obstáculos infranqueables: el dogmatismo de Trotski y la existencia de un grupo, el Bloque Obrero y Campesino, dirigido por el aragonés afincado en Barcelona Joaquín Maurín, cuyo liderazgo en el comunismo antiestalinista era indiscutido e indiscutible. Nin no fue capaz de conseguir que su organización creciera mientras veía cómo la de Maurín se iba haciendo cada vez más fuerte.
Después de muchas peleas teóricas y después de la participación del BOC en als alianzas obreras y la revolución de Asturias, amén de la rebelión de la Generalitat que, dirigida por Dencás, terminó en un espantoso ridículo, la IC y el BOC deciden unir sus fuerzas convencidos de la inminencia, por no decir necesidad, de la Guerra Civil. Nace así el POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, en el que Nin ocupa una presidencia honorífica pero en el que manda Maurín.
Su política es comunista, dictatorial, pero antisoviética, lo cual les enemista con la CNT -que no perdona ni la antigua defección de Nin ni la represión de Ttrotski contra Makno y otros anarquistas en la URSS- y con Stalin, que ha puesto en marcha, con Yagoda y Yehzov, lo que Conquest ha llamado «el gran terror», una depuración masiva de todos los antiguos bolcheviques, con especial atención a los anarquistas, troskistas y «socialtraidores» en general.
El comienzo de la Guerra Civil pilla a Marín en Galicia, donde consigue escapar con nombre falso, pero es detenido al tratar de pasar a Francia por Jaca, y remitido a la cárcel. Nin queda entonces como jefe nominal del POUM, pero el partido sigue siendo maurinista y, salvo Andrade, todos los dirigentes, con Gorkin a la cabeza, le guardan respeto pero no obediencia. Cuando empieza la guerra, el POUM moviliza sus efectivos como los demás partidos revolucionarios, ero el PCE-PSUC, es decir, Moscú, por boca de Koltsov, ya ha ordenado la caza y captura de los trotkistas, a los que se asimila con los nazis y el Gobierno de Burgos. Tras los Hechos de Mayo, en los que el POUM se alía desganadamente a la CNT contra el PSUC, se desata la persecución contra los poumistas. En junio, Negrín, que ha sustituido a Largo Caballero porque éste se niega a ilegalizar la organización dirigida por Nin, hace la vista gorda para que el coronel Ortega y los agentes de la NKVD, el servicio secreto soviético que en la España republicana ya campaba a sus anchas, detengan a la plana mayor del POUM.
Se llevan a Nin a Madrid, pasando por Valencia, y allí intentan convencerle a golpes de que confiese su condición de agente franquista y nazi. Nin, hombre de salud frágil y carácter blando, no transige. Comienzan entonces las torturas: lo llevan de Madrid -una cheka en la Castellana- a Alcalá de Henares y allí, en un chalé, lo golpean hasta darlo por muerto. Pero vive. Entonces lo llevan al Pardo, a un garito donde las Brigadas Internacionales solían depurar a los antifascistas que no rendían culto a Stalin. Lo coge entonces una troika venida de la URSS y encargada de los mokrie dela, literalmente, asuntos mojados, en sangre, se entiende.
Por las declaraciones de un agente soviético a Jesús Hernández, número dos entonces del PCE, Nin fue desollado vivo, o desollado hasta que murió, Pero nunca firmó nada contra sus compañeros. Mundo Obrero publicó entonces que un grupo de agentes de la Gestapo habían cruzado las líneas y rescatado al «traidor Nin» llevándoselo a Burgos. El POUM respondió desde la clandestinidad pintando en todas las paredes que tuvo a mano: « Gobierno Negrín: ¿dónde está Nin?. A lo que los del PCE-PSUC añadireron: «En Salamanca o en Berlín». Se unió así el asesinato a la calumnia. Pero entre los que no eran comunistas, la muerte de Nin significó una ruptura de fondo con Moscú que desembocó en la rebelión de Casado al final de la guerra. «Antes con Franco que con los que mataron a Nin», se dijeron Besteiro y los suyos. Lo que prueba hasta qué punto Nin era uno de los nuestros
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