Leon Davidovich Bronstein (León Trotski), judío, de origen burgués, militante socialista desde su adolescencia, tenía en aquel entonces treinta y ocho años. Regresaba del Canadá, donde había sido internado en Halifax, después de haber llegado a dicho país expulsado de Francia. En 1905, fue el presidente del Soviet de San Petersburgo, proclamó la jornada de ocho horas, la negativa a pagar los impuestos y había puesto en peligro la existencia misma del Imperio. Fue desterrado a Siberia por segunda vez. Se evadió y se refugió sucesivamente en Viena, Berlín y París. Era conocido como un marxista social-demócrata ruso independiente en el seno del Partido, dividido en la mayoría (bolchevique) revolucionaria y jacobina, y la minoría (menchevique) moderada y democrática. Desde 1904 hizo oposición a Lenin, quien proclamaba ya en aquel entonces la dictadura del partido bajo la enseña de la dictadura del proletariado. Trotski le replicó: “Esto sería inevitablemente la dictadura del partido sobre el proletariado”. Combatió la centralización autoritaria del bolchevismo junto a Rosa Luxemburgo. Se presentaba como el teórico de la “revolución permanente”, o sea, de la revolución internacional, dispuesto a quemar las etapas de la revolución burguesa sin detenerse en ellas. Desde su llegada a Petrogrado, en mayo-junio de 1917, se unió al Partido Bolchevique, el cual había entrado vigorosamente por el camino de la "revolución permanente”, gracias a la autoridad intelectual de Lenin, quien representaba, indudablemente, las aspiraciones de las masas. Gracias a Lenin y Trotski, el sistema soviético empezó bajo las formas de una nueva democracia, ampliamente espontánea. Trotski, después de haber sido uno de los principales organizadores de la insurrección y de la toma del Poder, pasó a ser el Comisario del Pueblo de Negocios Extranjeros. Publicó los tratados secretos y más tarde fue el organizador del Ejército Rojo. Durante los cuatro años de terrible guerra civil, y muy a menudo en condiciones desesperadas, obtuvo victoria tras victoria, destruyó los ejércitos reaccionarios del general Yudenith en Estonia, de Denikin en Ukrania, de Dutov en el Ural, del almirante Koltchak en Siberia y redujo a la impotencia la intervención extranjera. En ella se revelaron militantes de cualidades excepcionales: Blucher (en el Ural), fusilado por Sta1in; Tukhachevski en el Volga (fusilado); Yakir, en Ukrania (fusilado); Ivan Smirnov, en el Volga y en Siberia (fusilado); Egorov, en Tsarytan (fusilado); Smilga, Mratchkavski, Muralov (fusilados) y muchos otros, casi todos fusilados, también fusilados. No sobreviven, de aquella epopeya, más que Vorochílov, Budienny y Sta1in.
Es evidente que Trotski en el Poder tiene su parte de responsabilidad en los errores gravísimos que se cometieron junto con Lenin y los dirigentes del Partido bolchevique. Es cierto que estos grandes revolucionarios ejercieron el Poder en condiciones particularmente graves. Es cierto, también, que su psicología de doctrinarios marxistas, convencidos de tener la verdad integral y salvadora, les hizo terriblemente intolerantes y les hizo desconocer la importancia vital de la libertad y de la democracia. Todos los movimientos socialistas (y libertarios}, a excepción del bolchevique, aún cuando han sido demasiado débiles para poner en peligro el nuevo régimen, han sido ahogados con el estado de sitio. Los socialistas revolucionarios de izquierda, que tomaron las armas en contra de Lenin y Trotski se hallan en las cárceles desde 1918 (aún los hay en la actualidad}; los social-demócratas mencheviques, que se hicieron los defensores de la democracia obrera, fueron duramente perseguidos; los anarquistas fueron puestos fuera de la ley, por más que, con Makhno, jugaron tan gran papel en la liberación de la Ukrania ocupada por los blancos y que en un tratado fraternal se les prometiera solemnemente la legalidad. Lenin y Trotski al fundar la Tcheka, crearon una verdadera inquisición. Al estatizar los sindicatos y las cooperativas, desarmaron a las masas y abrieron el camino al totalitarismo.
Pero, lo que nadie puede negarles es el haber obrado de buena fé. Ya en 1923 dieron cuenta del peligro burocrático, en realidad totalitario, y resolvieron combatirlo juntos. Trotski reclamó en el "Nuevo Curso": democracia en el interior del Partido, llamamiento a las juventudes. Fue vencido por los funcionarios en los momentos en que Lenin moría a causa de un agotamiento cerebral. Desde entonces, Trotski, a despecho de muchas faltas de orden secundario, se convirtió en la intransigente y formidable encarnación de un movimiento de izquierda, el cual, en el seno del Partido, luchó hasta la muerte para devolver la democracia al seno del Partido y a los sindicatos, por el principio del internacionalismo militante, por una industrialización inteligente y humana, contra la dictadura de los secretarios y el pensamiento dirigido por los pedantes, contra la estúpida doctrina del "socialismo en un solo país" y la colaboración con el nazismo.
La tendencia totalitaria obtuvo su triunfo en 1929. Empezó con el encarcelamiento de 8.000 opositores y continuó con la persecución hasta el exterminio físico de toda la generación revolucionaria de 1917-1924. Trotski fue detenido en Moscú y trasladado por la fuerza a Alma-Ata, en la frontera del Turkestán chino; expulsado de Rusia a la fuerza y enviado a Turquía, exilado en Francia, en Noruega, en México, nunca dejó de ser un combatiente sobre el único terreno que podía serlo, el de las ideas, mientras que sus camaradas en Rusia, caían uno tras otro en las cárceles. Este combate lo ha continuado siempre junto con una obra científica de primer orden, que pasa a ser patrimonio de la cultura socialista ("Mi Vida", "Historia de la Revolución Rusa", "La Revolución Traicionada"). Uno de sus hijos fue fusilado, una de sus hijas murió en la miseria, otra se suicidó; en París, una muerte sospechosa se le llevó el mayor, León Sedov, su colaborador. Todas estas desgracias le llenaron de dolor y le agotaron y, a pesar de este estado y del peligro de ser asesinado, continuó su lucha, sin desfallecimientos, con una inteligencia siempre aguda y despierta y con una absoluta probidad. En 1936 tuvo lugar en Moscú el proceso de impostura, que inició la exterminación completa y sangrienta de la generación revolucionaria, incluso de aquellas tendencias que se opusieron por mucho tiempo a la de Trotski (Zinoviev-Kamenev-Bujarin-Rikov). El verdugo es quién hizo su ley. Se trataba de imputar la responsabilidad de la miseria terrible que padecía el pueblo ruso bajo el totalitarismo y del desastre económico de la industrialización despótica, a los viejos militantes marxistas quienes un día hubieran podido formar los equipos de recambio para sustituir al Gobierno, que además eran populares y, al mismo tiempo, al Exiliado que representaba la conciencia viva de la Revolución de Noviembre de 1917. La calumnia, la mentira, el delirio d asesinato, lo desbordaron todo. El nombre de Trotski fue suprimido de los tratados de historia de la Unión Soviética. Sólo una chispa de luz surgió en aquellos días de tiniebla. Una Comisión de intelectuales internacionales, presididos en Nueva Ycxk y en México por el gran filósofo norteamericano John Dewey, estudió por mucho tiempo aquella hojarasca criminal y proclamó la completa inocencia, la grandeza irreprochable de Trotski: ¡Not Guilty!
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