jueves, 25 de febrero de 2010

Orlando Zapata Tamayo.


Tras 86 días de huelga de hambre ha muerto el preso político cubano Orlando Zapata Tamayo.
En una grabación que la oposición ha enviado a la prensa, la madre del opositor acusa al gobierno de la isla de haber asesinado a su hijo.
"Ya asesinaron a Orlando Zapata Tamayo, ya acabaron con él, a las tres de la tarde de hoy [martes]. Esto ha sido un asesinato premeditado y sólo me queda dar las gracias a todos los países que lucharon para que no muriera", dijo, visiblemente afectada, Reina Luisa Tamayo.
Zapata Tamayo, de 42 años, falleció en el Hospital Hermanos Ameijeiras y es el segundo opositor cubano que fallece tras una huelga de hambre en la cárcel. El primero fue Pedro Luis Boitel, a inicio de los años 60 del siglo pasado.
"Lograron lo que ellos querían. Acabaron con la existencia de un luchador por los derechos humanos, añadió la madre del opositor.
Zapata formaba parte del grupo de los 75 disidentes condenados en la primavera del año 2003 con penas de hasta 28 años de cárcel, aunque, en su caso, la acumulación de penas por "desobediencia, desacato y protestas a favor de los derechos humanos" le acarreó una condena de hasta 36 años de prisión.
El disidente inició la huelga de hambre después de que el Gobierno se negara a aceptar sus demandas, entre ellas, vestir la ropa blanca de disidente y no el uniforme de recluso común. Además, protestó por las condiciones en que se encuentran los presos políticos y se negó a comer el rancho que provee el penal para, en su lugar, alimentarse sólo de la comida que, cada tres meses, le llevaba a la cárcel su madre.
Desde febrero, Zapata Tamayo fue sometido periódicamente a un tratamiento con suero, para la hidratación de su organismo, al tiempo que alertó sobre el hecho de que si muriera, el gobierno intentaría responsabilizarlo.

martes, 23 de febrero de 2010

Movimiento espartaquista

El 5 de enero se conmemoró el 88 aniversario del asesinato de la militante y activista polaca/alemana, Rosa Luxemburgo (RL). Su popularidad no llegó al nivel de Marx, Lenin, Trotski Stalin o Mao, pero su presencia en Europa y en Rusia fue muy importante, sobre todo en los debates contra el oportunismo de la II internacional, el centralismo a ultranza de Lenin, la traición del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y la fundación del Partido Espartaquista. Nació en el año 1871 en Rusia, inició su activismo político en Varsovia, emigró a Zurich donde estudió ciencias naturales y se doctoró en economía política con la tesis: El desarrollo industrial de Polonia (1898). Se hizo alemana mediante el matrimonio con un obrero alemán. Se afilió al SPD alemán, y más tarde volvió a Varsovia para participar en la Revolución Rusa de 1905, donde fue detenida. Tras ser liberada impartió clases de economía política y escribió su voluminoso libro La acumulación del capital.

En el transcurso de la I Guerra Mundial, RL y Karl Liebknecht encabezaron la corriente más radicalizada y obrera del SPD, opuesta al sector moderado que apoyó los créditos de guerra propuestos por el Gobierno alemán. Combatió RL el revisionismo de Bernstein, en su obra Reforma o revolución. Su radical oposición a la entrada de Alemania a la guerra le llevó a ser encarcelada, y en prisión escribió su obra fundamental, La crisis de la socialdemocracia. A partir de 1916, Rosa Luxemburgo se encuadró en la corriente Spatakus, junto con otros ortodoxos como Liebknecht, Mehering, Zetkin. Las cada vez mayores diferencias que mantenían con la dirección, fundamentalmente por la polémica militarista, acabaron abocando a un amplio sector del Partido (cerca de un 30% de la organización) a escindirse en abril de 1917 en el Partido Socialdemócrata Alemán Independiente (USPD), en el que se integró el espartaquismo.

Rosa Luxemburgo planteó que el movimiento obrero no podía renunciar al fin revolucionario de acabar con el sistema capitalista y sustituirlo radicalmente por un orden netamente socialista. La táctica de luchar por reformas sólo tenía sentido como una estrategia para llegar a la revolución. En este punto difería radicalmente de Bernstein, quien decía que la izquierda debía aceptar la capacidad de adaptación del capitalismo, asumir que éste no iba a derrumbarse como consecuencia de sus propias contradicciones y actuar en consecuencia, es decir, apostar por la vía reformista y descartar definitivamente la opción revolucionaria. Mientras para Bernstein el fin era cada vez más inverosímil y lo importante era el medio, para Rosa los medios (la estrategia de conquistas sociales encuadradas en el sistema capitalista) sólo tenían sentido como parte de un plan más amplio que tendía hacia la revolución socialista.

El espartaquismo alemán reivindicó a Espartaco, el esclavo, guerrero y estratega que llegó a reunir un ejército de 5 mil luchadores contra la esclavitud. Aquel que, en los años 70 antes de nuestra era, puso en jaque al imperio romano buscando acabar con la esclavitud y, aunque no lo logró, dio inicio a esa gran batalla. En México el espartaquismo vivió unos 20 años (1957/ 1977), desde las luchas ideológicas al interior del Partido Comunista Mexicano y luego el Partido Obrero Campesino, encabezadas por la "célula Carlos Marx", hasta la aparición de la revista Autogestión, de abierta tendencia radicalizada y libertaria, el mismo año en que Reyes Heroles lanzó la llamada Reforma Política que abrió el registro de partidos de izquierda ofreciendo subsidios y diputaciones de partido. El espartaquismo, en sus primeros años, reivindicó el "marxismo/leninismo" frente a sus "deformadores" del PCM, el POC y el PPS.

Ingresé al espartaquismo después de estar en la "juventud comunista" los primeros años de la década de los sesenta. Fue el "chilango" Víctor García Mota quien, mediante mil argumentos, me demostró que el PCM sólo era un partido antiimperialista porque en México estaba aliado a un sector de la burguesía; él me convenció que el trabajo político que hacía en Yucatán era infructuoso y que debería vivir en la Ciudad de México. Promovió mi ingreso en 1965 a una escuela de cuadros, misma que me abrió el camino para asistir a círculos de estudios marxistas en 1966 en las casas de Enrique González Rojo, José Revueltas y Jaime Labastida. Allí conocí las revistas "Espartaco", "Revolución", "Perspectiva revolucionaria" y analizamos libros de Marx y de marxistas contemporáneos, entre ellos a Marcuse y Althuser. González impartía cursos de filosofía en la UNAM (a los que asistía) y Revueltas trabajaba en el edificio de la SEP, con Mauricio Magdaleno, en la secretaría de Cultura.

El libro más conocido del espartaquismo fue escrito por Revueltas: "El proletariado sin cabeza", en el que se demostraba que la clase obrera mexicana no había contado nunca con un partido que la encabezara porque los partidos que se proclamaban como sus "vanguardias" la traicionaban. En 1961, a raíz del ascenso de los jruchevianos Verdugo y Terrazas a la dirección del PCM (después de derrocar al stalinista Dionisio Encinas, que los acaudilló durante 20 años), el comité del DF encabezado por Guillermo Rousset, creó otra ala del espartaquismo después de salirse del PCM. En los hechos los partidos de izquierda, los medianos y pequeños, centraban su actividad política en los análisis marxistas y muchos no salían del trabajo político entre estudiantes de la UNAM. De la UNAM salió la mayoría de los activistas que trabajó dentro del movimiento obrero y campesino, así como en el gran movimiento médico de 1965 y estudiantil de 1968.

A raíz de la agudización de la polémica chino/soviética, en julio de1963 fue publicado un folleto de 90 páginas: "¿Así se forma la cabeza del proletariado?". En él vienen trabajos sobre la lucha interna entre fracciones encabezadas por dos parejas: José Revueltas y Eduardo Lizalde defendiendo al PCUS y la libertad para publicar en la prensa comercial; así como González Rojo y Jaime Labastida a favor de los chinos, combatiendo el liberalismo y defendiendo el centralismo democrático. La realidad es que en aquellos años esa polémica entre los grandes partidos comunistas de Rusia y China tuvo un gran peso en la política mundial. La guerra de liberación de Vietnam dependía del apoyo que pudieran proporcionar los llamados países socialistas contra la invasión yanqui a aquel pueblo. En esa polémica no solo participaban los partidos comunistas del mundo, sino que también intelectuales como Sastre, Bettelheim, Rosanda, Aron o Russel.

En 10 años (1966/1976) los espartaquistas mexicanos, en sus dos corrientes: Liga Comunista Espartaco y Partido Mexicano del Proletariado, junto a otras organizaciones trotskistas, maoístas y guevaristas, realizamos un trabajo político que se desarrolló en fábricas y sindicatos, pero también entre estudiantes y profesionistas de la UNAM. El movimiento estudiantil de 1968, la lucha del sindicato electricista (encabezado por Galván) por la titularidad del contrato, muchos apoyos a huelgas obreras y la lucha contra la represión desatada por el gobierno en la guerra sucia, fueron batallas en las que estuvo presente el espartaquismo. En 1977, con el registro y la legalización de los partidos que los llevó a la búsqueda de subsidios millonarios, cargos legislativos y espacios de los medios de información, aunado a la invasión de Checoslovaquia por la URSS en 1968 y lo sucedido en Vietnam después de la guerra, desapareció el espartaquismo en México.

La LCE sufrió un duro golpe en 1968 y principios de los setenta y el PMP después de 1977 tomó el camino de la autogestión. En aquellos años, mientras los trotskistas en sus diferentes corrientes publicaban los muy buenos periódicos La Internacional, Bandera Roja, El Socialista, Clave, Rojo, Bandera Roja y Bandera Socialista y la LOM publicaba Voz Obrera, los maoístas publicaban decenas de periódicos en fábricas y poblaciones. El PCM circulaba su revista Oposición y un periódico llamado Liberación. Entre los estudiantes se publicó la revista Perspectiva, mientras nosotros publicamos la revista Acción proletaria de 1970 a diciembre de 1975 y durante los años 1976 y 1977 la revista Autogestión. Después de aquellos años el espartaquismo sólo fue historia, aunque Rosa Luxemburgo sigue presente con sus polémicas contra el reformismo de la socialdemocracia y planteando frente al centralismo de Lenin, un partido de masas.

Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo– Berlín, Alemania, 15 de enero de 1919), fue una teórica marxista de origen judío.

Militó activamente en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), hasta que en 1914 se opuso radicalmente a la participación de los socialdemócratas en la I Guerra Mundial, por considerarla un "enfrentamiento entre imperialistas". Integró entonces el grupo internacional que en 1916 se convirtió en Liga Espartaquista, grupo marxista revolucionario que sería el origen del Partido Comunista de Alemania (KPD). Al terminar la guerra fundó el periódico La Bandera Roja, junto con el también aleman Karl Liebknecht. Sus libros más conocidos, publicados en castellano, son Reforma o Revolución (1900), Huelga de masas, partido y sindicato (1906), La Acumulación del Capital (1913) y La revolución rusa (1918), en el cual critica constructivamente a la misma y sostiene que la forma soviética de hacer la revolución no puede ser universalizada para todas las latitudes.

Tomó parte en la frustrada revolución de 1919 en Berlín, aun cuando este levantamiento tuvo lugar en contra de sus consejos. La revuelta fue sofocada con la intervención del ejército y la actuación de los Cuerpos Libres (o Freikorps, grupos de mercenarios nacionalistas de derecha), y a su término cientos de personas, entre ellas Rosa Luxemburgo, fueron encarceladas, torturadas y asesinadas.

Tanto Rosa Luxemburgo como Karl Liebknecht poseen una gran carga simbólica en el marxismo. Actualmente, un domingo a mediados de enero se celebra cada año en Berlín el día de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en recuerdo del asesinato de los dos dirigentes comunistas el 15 de enero de 1919.

viernes, 12 de febrero de 2010

El terrorismo en el País Vasco

En 1980, cuando España vivía enclavada dentro de una vorágine cultural que rompía normas, revolucionaba estilos y convertía ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Vigo en centros espectaculares de una nueva generación de jóvenes con auténtica necesidad de airear el panorama literario, musical, cinematográfico y artístico del momento, la banda terrorista ETA mató, exactamente, a 100 personas. Al mismo tiempo que Pedro Almodóvar comenzaba a salpicar las pantallas con colores ácidos, cuando Alaska deseaba ser un bote de Colón, mientras Radio 3 ardía en melodías creativamente demoledoras y paralelamente a la implosión de la movida madrileña encabezada por publicaciones pioneras como "La Luna", "Sur Express" o "Madrid me Mata", los artífices del coche bomba y el tiro en la nuca asesinaban, secuestraban, extorsionaban y situaban contra las cuerdas a todo un país que, al borde de un golpe de Estado que se consumaría algunos meses después, trataba de escapar del siglo XIX para aterrizar directamente en el corazón de la ultramodernidad.
Si miramos hacia atrás con la perspectiva que proporcionan los muchos años transcurridos, es posible comprobar cómo la radical evolución política, social y económica que se ha llevado a cabo en España durante el último cuarto de siglo se ha producido siempre con el telón de fondo del terrorismo, bajo la presión de la barbarie y contra quienes insistentemente han hecho todo lo posible para que el complejo sistema de derechos y libertades que comenzó a fraguarse a finales de 1975 jamás llegara a consolidarse.

El hecho, triste pero absolutamente cierto, de que el terrorismo haya sido considerado durante mucho tiempo en España en general, y en el País Vasco en particular, como un algo que formaba parte del paisaje cotidiano, no es, de ninguna manera, ajeno al momento histórico preciso en el que la brutalidad alcanzaba sus picos cuantitativos más elevados y al clima cultural que prevalecía en las sociedades occidentales más desarrolladas cuando los criminales decidieron apostar por el terror como herramienta de sublevación fascista.


Por aquel entonces, en los primeros años de la década de los ochenta, la postmodernidad irrumpió con fuerza en un país que, seducido por el brillo del oro fácil en una época de bonanza económica, solamente parecía tener deseos para alcanzar el diseño más innovador, la canción más moderna y exótica, la pintura más rompedora o el vestuario más llamativo. Lo nuevo, lo reciente y lo más "in" se adueñaron de un entramado ciudadano, esencialmente urbano, que, al ritmo de los pregones de Enrique Tierno Galván, de las composiciones de "Golpes Bajos", de los mejores anuncios publicitarios del mundo y de un nuevo socialismo lanzado hacia las más altas esferas del poder, apenas podía pensar en nada que fuera más allá de aquel espejismo dorado en que se había convertido el país solamente una década después del fin de la dictadura. Pero, mientras un joven pujante llamado Mario Conde se convertía en el nuevo gurú de los universitarios, al mismo tiempo que Miquel Barceló ascendía al podio de pintor clave de los tiempos modernos y paralelamente al estallido de una sociedad civil, joven, burguesa, culta y efervescente, los terroristas seguían matando. Y, mientras lo hacían, algunos miraban hacia el lado contrario, otros se refugiaban en la manta tenue del pensamiento débil de Gianni Vattimo y, los más, optaban por seguir viviendo, por seguir disfrutando, sin complejos, de aquel tiempo de oropeles, quincallas y neones. A pesar de los criminales. A pesar de las víctimas.

Curiosamente, la postmodernidad, mezcla de corriente intelectual, moda cultural y síntoma de la época, había llegado a España desde Francia y Estados Unidos para convertirnos a todos en hijos de un tiempo donde el continente, la forma y la estética valían mucho más que el contenido, el fondo y la ética. Y así, enamorados de la moda juvenil, seducidos por aquella canción de Roxy e hipnotizados por los ritmos de Alphaville y de aquel Frankie que se iba a Hollywood, fueron muy pocos los que supieron ver que detrás de cada atentado etarra estaban las víctimas, que los huevos de la serpiente se incubaban en canciones de grupos presuntamente "alternativos" y que el lenguaje seductoramente críptico de pensadores como Jean Baudrillard no servía absolutamente para nada a la hora de enfrentarse a los tiros en la nuca, a los secuestros infames, a las extorsiones mafiosas o a los chantajes patibularios.


En aquella era del vacío, en aquel paréntesis fascinante en que se había convertido buena parte de los años ochenta, la des-construcción ética y referencial que suponía el ideario postmoderno tuvo un efecto devastador en España y, sobre todo, en el País Vasco. Aquel vendaval de relajación en los criterios éticos, políticos, culturales e, incluso, religiosos, que llegó al país de la mano de unos medios de comunicación que, por primera vez en nuestra historia, poseían el poder y la influencia que naturalmente les correspondía, resultó ser casi inocuo para otras sociedades democráticamente más sólidas pero, entre nosotros, supuso la inmersión en un pozo de confusión, deterioro moral y reblandecimiento educativo que todavía no hemos abandonado. Lo postmoderno, con su carga de individualismo exacerbado, de apología del todo vale cultural, de hedonismo privado, de afición por la tramoya, de flexibilidad ética, de gusto por las apariencias, de pasión por la ceremonia y de apuesta por la riqueza de la confusión, podía ser, y de hecho lo fue, una herramienta precisa y oportuna para diluir el poder y la presencia, ya demasiado férrea y hostil en aquellos momentos, de determinadas ideologías políticas que pervivían en Europa desde el crepitar caliente de la guerra fría. Pero, se mire por donde se mire, de ninguna manera sirvió para delimitar, acotar y desenmascarar las muchas perversiones y patologías de todo tipo que, ya por aquel entonces, se asociaban con la barbarie terrorista. La postmodernidad llegó a su grado máximo de implosión con la caída del Muro de Berlín e, inmediatamente después, hubo quienes decretaron el ocaso de la Historia, pero, los que tan rápidamente clamaron por el final de los anales conocidos, nunca supieron que en el País Vasco aún se asesinaba, y se asesina, por ensoñaciones fanáticas nacidas en el siglo XIX y olvidaron que en Euskadi aún se moría, y se muere, por defender principios básicos de libertad ya intuidos en el siglo XVIII.

De aquellos polvos que pisamos más allá de la modernidad hemos llegado a los actuales lodos turbadores que, en un rizo criminal, nos retrotraen a las noches más oscuras de la miseria de los hombres. Del "Madrid me mata" aclamado en las noches infinitas de Rock-Ola al comienzo de los años ochenta hemos ido a parar a los asesinatos indiscriminados perpetrados en la capital de España en las puertas del siglo XXI. Y, en este sentido, más allá de la dramática inhumanidad de los asesinos etarras, por encima de la brutalidad manifiesta de los adalides de éstos, dejando a un lado la cruel mezcolanza de nacionalismo y fascismo que atenaza a quienes "comprenden" el terrorismo y superando la idea de que los bárbaros matan porque es lo único que saben hacer para sobrevivir, a estas alturas de los acontecimientos hemos de concluir que una extraña enfermedad moral ha atenazado a una sociedad como la vasca que ha sido capaz de generar tantos silencios, perversiones, vergüenzas y complicidades como las que nos espantan a nuestro alrededor.

El virus de la ignominia colectiva se alimenta del miedo, se nutre del terror grupal y encuentra su paraíso reproductivo en un caldo de cultivo ideal amasado por quienes, amparándose en esa necedad del pensamiento postindustrial que afirma que todas las opiniones son igualmente legítimas, lo mismo justifican la explosión de un coche bomba, la última necedad racista emanada del PNV, un escupitajo ideológico del obispo José María Setién o las pamemas dichas por un lehendakari como Juan José Ibarretxe que, en su momento intelectual más lúcido, llegó a afirmar que las víctimas del terrorismo no tenían derecho a expresar públicamente sus ideas, sus opiniones y sus reivindicaciones. De verdad, resulta realmente difícil desentrañar los orígenes de tanta sevicia como se ha generado en el País Vasco al mismo tiempo que la banda terrorista ETA incrementaba notablemente su cifra de asesinatos. Probablemente, esta impudicia se encuentre directamente ligada a la falta de compromiso inocentemente potenciada por la ideología postmoderna, a la distorsión generada por un uso frívolo de las palabras que llamaban organización armada a los criminales de Hipercor, a la fatal consideración del terrorismo como un simple anacronismo en la incipiente era de los inmateriales o a la consideración profundamente disgregadora que durante mucho ha llevado a contemplar el horror como algo "negativo, pero comprensible", dado el apoyo social que éste tenía.

La postmodernidad, en última instancia, acabó convirtiendo su defensa a ultranza de la máxima flexibilidad ideológica en una licuación absoluta de múltiples creencias y valores que no solamente alcanzó a los grandes marcos políticos, sociales, culturales, económicos y religiosos que mal o bien nos sirvieron de guía durante varias décadas, sino que, además, y esto fue y esto es lo auténticamente demoledor, disgregó la capacidad de los ciudadanos para defender derechos fundamentales, principios básicos de comportamiento colectivo e, incluso, para percibir la importancia máxima que la protección a ultranza del sistema democrático posee para cualquier colectividad que quiera ser civilizada.

El minimalismo referencial que se instaló entre nosotros durante toda la década de los ochenta, con la atomización de los criterios y la desaparición de la figura del intelectual nacida con la Revolución francesa, provocó, apoyándose en un paréntesis de fuerte resurgir económico, un efecto "Disney" que llevó a buena parte de la población a creer que el complejo sistema de derechos y libertades sobre los que se asienta su bienestar social había surgido por generación espontánea o que se trataba de un estado de cosas inmutable que, sencillamente, siempre había estado ahí. Y esa forma de enfrentarse a la realidad no fue, no es, solamente, característica de los jóvenes nacidos paralelamente a la muerte del dictador. Lo peor de todo es que semejante grado de estulticia se ha adueñado también de muchos hombres y mujeres que, solamente algunos lustros antes y en momentos nada fáciles, supieron mantener con firmeza el cúmulo de principios universales que nos hacen a todos mejores. El terrorismo se asienta sobre el miedo y sobre la cruel rotundidad de sus efectos. Pero si, además, sus campañas de terror se llevan a cabo sobre una sociedad éticamente desarmada y moralmente narcotizada, su brutal actividad se ve exponencialmente incrementada, con la lógica satisfacción de los más brutos del lugar.

Nadie sabe muy bien cómo ocurrió todo, pero la hoguera de vanidades que simbolizaba los años ochenta, se apagó en los años noventa, dejando latentes apenas unos rescoldos de bisutería ideológica. La crisis económica que apareció en Europa al mismo tiempo que España quemada sus últimos cartuchos con la gran Exposición Universal de Sevilla y paralelamente al estallido de la guerra del Golfo, disolvió el huracán postmoderno y nos enfrentó nuevamente con las duras certezas y las contradicciones más cerriles de tiempos pretéritos que, en el fondo, nunca habíamos abandonado del todo. Las estrecheces monetarias, la ferocidad del desempleo, la pestilencia que surgió detrás de la tan alabada riqueza especulativa, el grado cero de lo político representado en la figura patética de un Luis Roldán agazapado en el sudeste asiático y la constatación cierta de que los años anteriores solamente habían sido un espejismo excesivo, tuvieron como resultado el resurgimiento entre muchos ciudadanos de cierta toma de conciencia social, el salto a la calle de un conjunto importante de ONG's que dieron otro color a las reivindicaciones antes abanderadas por la izquierda menos ortodoxa y la aparición de una nueva forma de ver la realidad política y social desde una óptica más cercana a la defensa de los derechos humanos y


a las preocupaciones de los hombres y mujeres de la calle que daban sus primeros pasos en la última década del siglo militando dramáticamente en la "triple D" de los desorientados, los desideologizados y los desmoralizados. Como no podía haber sido de otra manera, todos estos cambios, mínimos a veces, estentóreos en otras ocasiones, apenas tuvieron ninguna repercusión en los terroristas de ETA y en su forma de intervenir en la historia de los ciudadanos vascos y españoles mediante balas ciegas, explosiones sanguinarias y atentados indiscriminados.

En la década que va de 1980 a 1990, el mundo occidental había cambiado radicalmente en su estructuración política, en su equilibrio de poderes, en sus concepciones intelectuales, en los productos culturales, en las elaboraciones artísticas que habían llegado al ocaso de todos los "post" y, sobre todo, en la manera que tenían los propios ciudadanos de verse así mismos dentro de una sociedad que percibían claramente en constante cambio. Nada de esto influyó en los asesinos, aunque, a finales de 1991, se cometió un hecho terrorífico que, por su impacto a través de unas espeluznantes imágenes en los medios de comunicación, sí que produjo una alteración importante en la forma en que la sociedad se enfrentaba al terror, anticipando, en alguna medida y sobre todo desde el punto de vista de la indignación social, lo que algún tiempo más tarde serían las movilizaciones históricas que se produjeron tras el asesinato del concejal del Partido Popular en Ermua, Miguel Angel Blanco. El atentado de Madrid que costó la vida a Francisco Carballar Muñoz y que provocó gravísimas heridas, entre otras personas, a la niña Irene Villa y a la madre de ésta, supuso un punto importante de inflexión social porque las escenas de aquella masacre, reproducidas por las televisiones de todo el mundo, encendieron una mecha de cólera popular que, pocos días más tarde, se vería azuzada cuando la banda terrorista asesinó al niño Fabio Moreno, de dos años de edad e hijo de un guardia civil destinado en Erandio. Tras aquella barbarie etarra, 200.000 personas se manifestaron en Madrid en contra del terrorismo, abriendo una espita de oposición ciudadana a la crueldad que ya no se volvería a cerrar y que aún hoy sigue manando protestas, movilizaciones y actuaciones ciudadanas en contra de lo intolerable.


Desde aquellos momentos iniciales de los años noventa hasta la actualidad, hemos seguido enfrentándonos, ininterrumpida y cotidianamente, el espanto. Y así, éticamente desarmados por los efectos del relativismo cultural precedente, intelectualmente confundidos por quienes tanto han pescado en las aguas revueltas de la consternación y el estremecimiento, moralmente agotados y aterrorizados tras observar de cerca las monstruosidades producidas por la sutil alianza establecida entre el nacionalismo xenófobo y el fascismo armado, la sociedad vasca se ha derrumbado en un progresivo estado de histeria y convulsión del que solamente saldrá recuperando los muchos instrumentos básicos de convivencia que se ha dejado por el camino a lo largo de las últimas décadas. De este modo, hoy, cuando tantas cosas han cambiado a nuestro alrededor, cuando el furor de los medios de comunicación, el auge de las nuevas tecnologías de la información, la globalización económica y cultural, y las constantes microrrevoluciones científico-técnicas, sí que están esbozando un nuevo mundo, nos encontramos con la urgente necesidad de reconstruir en el País Vasco un entramado de convivencia y tolerancia, mínimo pero lo suficientemente sólido, que pase, fundamentalmente, por tomar conciencia de las aberraciones que se han cometido en este país, por releer nuestra más reciente historia para situar a los criminales y a sus leales cómplices en el lugar que les corresponde, y, sobre todo, por hacer justicia reparando lo reparable y abogando por el escrupuloso cumplimiento de las leyes que democráticamente nos hemos otorgado.

Para ello, para acercarnos a estos principios de memoria, verdad y justicia tan defendidos por las víctimas y tan necesarios para nuestra colectividad, ahora, más que nunca, es necesario un poderoso rearme ético, una defensa inquebrantable de los derechos humanos, un trabajo constante a favor de la legalidad de nuestro sistema de convivencia y, sobre todo, una salvaguardia sin matices de la libertad individual de todas las personas. Se mire por donde se mire, y a estas alturas de una historia vergonzante que muchos olvidarán y de la que otros renegarán en tiempos venideros, este es el único camino existente para conseguir una Euskadi libre y, sobre todo, en paz.

Benito Mussolini

Benito Mussolini nació el 29 de julio de 1883 en Dovia di Predappio, una aldea de la Romaña italiana, hijo de un herrero anarquista revolucionario llamado Alessandro Mussolini y de Rosa Maltoni, una maestra de escuela. Aunque se convertiría en uno de los grandes oradores del siglo XX, empezó muy tarde a hablar, por lo que sus padres llegaron a pensar que sería mudo. Resultó ser un niño conflictivo, que se metía con frecuencia en problemas con los compañeros, siendo expulsado a los once años del internado de los Padres Salesianos en Faenza, por arrojar un tintero a uno de los Padres y agredir a un compañero. Lo enviaron a la escuela Giosué Carducci, de donde de nuevo se le expulsó por herir a otro muchacho.

En el año 1900 ingresó en el Partido Socialista Italiano (PSI) y al año siguiente obtuvo el título de maestro de escuela. En 1902 se refugió en Suiza para evitar realizar el servicio militar. Trabajando como peón de albañil, carnicero y chico de recados, aprendió alemán e inglés, que años más tarde le resultarían de gran utilidad en sus conversaciones directas con Hitler y con Chamberlain. En 1904 se decretó en Italia una ley de amnistía contra los desertores, regresando a su patria y prestando el servicio militar en Verona en el cuerpo de los bersaglieri, donde actuó con gran disciplina.


El 25 de mayo de 1922 organizó su ‘marcha sobre Roma’. El diario “El Corriere della Sera” saludó la llegada del fascismo al poder como una garantía contra el peligro socialista, afirmando el resto de periódicos que el gobierno de Mussolini representaba el único camino para restablecer el orden que todos los italianos pedían. Un día después de la ‘marcha’ de las milicias de las ‘Camisas Negras’, el rey Víctor Manuel III invitó a Mussolini a formar gobierno.
Desde el poder Mussolini dictó leyes sociales muy importantes que aún hoy siguen vigentes, tales como la jornada laboral de ocho horas, la pensión por ancianidad, la jubilación, el derecho a una justa retribución, la protección de los niños, etc. Por primera vez los ciudadanos se sentían protegidos por el Estado y orgullosos de ser italianos. Así pues, se mantuvo el sistema capitalista y se incrementaron los servicios sociales, pero se abolieron los sindicatos independientes y el derecho a la huelga.



El 13 de marzo de 1945 Mussolini envió a su hijo Vittorio a entregar al cardenal Schuster, arzobispo de Milán, una carta solicitando algunas garantías para la población civil en el caso de que los alemanes evacuaran Italia, y las fuerzas fascistas tomaran posiciones en los Alpes. El cardenal Alfredo Ildefonso Schuster creyó que el gesto era perfectamente inútil, pero transmitió el mensaje a los aliados por medio del nuncio apostólico de Berna. En cuanto el mensaje llegó al cuartel general instalado en Casera, los aliados respondieron considerándolo no recibido, como si los alemanes hubieran aceptado ya la capitulación.

Boris Yeltsi

(Boris Nicolaiévich Yeltsin o Eltsin) Político ruso que acabó con el régimen comunista de la Unión Soviética (Sverdlovsk, Rusia, 1931 - Moscú, 2007). Boris Yeltsin comenzó trabajando en la construcción en su región de origen, en los Urales. En 1961 se afilió al Partido Comunista de la Unión Soviética y siete años después se convirtió en funcionario del mismo.

En 1976 Yeltsin fue elegido secretario general del PCUS en la provincia de Sverdlovsk (la actual Yekaterinburgo). Gorbachov conoció por entonces su actitud reformista, de manera que, cuando accedió al poder como secretario general del partido en 1985, promovió a Yeltsin para dirigir la organización local de Moscú, con el encargo principal de luchar contra la corrupción (al año siguiente le introdujo también en el Politburó, órgano supremo de dirección del partido único y, por tanto, del Estado soviético).


Boris Yeltsin

La colaboración entre los dos líderes duró poco, pues Yeltsin comenzó a criticar en público el ritmo excesivamente lento que, en su opinión, llevaban las reformas liberalizadoras de Gorbachov. Éste acabó por apartarle de la jefatura moscovita del partido en 1987 (y del Politburó en 1988).

Para entonces Yeltsin había adquirido ya una gran popularidad como enemigo radical de la dictadura comunista y campeón de quienes consideraban insuficientes las reformas de Gorbachov. En consecuencia, tan pronto como esas mismas reformas permitieron la celebración de elecciones pluripartidistas, Yeltsin accedió por una amplia mayoría al Congreso de Comisarios del Pueblo o Parlamento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1989) y a la presidencia de la República Socialista Federativa Soviética Rusa, que era hegemónica en su seno (1990).

Fue entonces cuando rompió definitivamente con el Partido Comunista y proclamó un programa político de cambio radical, basado en la construcción de una economía de mercado y en la autonomía de las Repúblicas con respecto al poder central de la Unión.

En 1991 Boris Yeltsin organizó unas elecciones presidenciales directas en Rusia, que le otorgaron una cómoda victoria y vinieron a consolidar su posición política. Dos meses después estalló un golpe de Estado militar de inspiración conservadora (comunista) contra el gobierno reformista de Gorbachov; éste quedó retenido en una casa de recreo en la costa del mar Negro, mientras era Yeltsin quien hacía frente a los golpistas en Moscú, arengando a las masas y a los militares leales para que defendieran la democracia.

Trotsky

Leon Davidovich Bronstein (León Trotski), judío, de origen burgués, militante socialista desde su adolescencia, tenía en aquel entonces treinta y ocho años. Regresaba del Canadá, donde había sido internado en Halifax, después de haber llegado a dicho país expulsado de Francia. En 1905, fue el presidente del Soviet de San Petersburgo, proclamó la jornada de ocho horas, la negativa a pagar los impuestos y había puesto en peligro la existencia misma del Imperio. Fue desterrado a Siberia por segunda vez. Se evadió y se refugió sucesivamente en Viena, Berlín y París. Era conocido como un marxista social-demócrata ruso independiente en el seno del Partido, dividido en la mayoría (bolchevique) revolucionaria y jacobina, y la minoría (menchevique) moderada y democrática. Desde 1904 hizo oposición a Lenin, quien proclamaba ya en aquel entonces la dictadura del partido bajo la enseña de la dictadura del proletariado. Trotski le replicó: “Esto sería inevitablemente la dictadura del partido sobre el proletariado”. Combatió la centralización autoritaria del bolchevismo junto a Rosa Luxemburgo. Se presentaba como el teórico de la “revolución permanente”, o sea, de la revolución internacional, dispuesto a quemar las etapas de la revolución burguesa sin detenerse en ellas. Desde su llegada a Petrogrado, en mayo-junio de 1917, se unió al Partido Bolchevique, el cual había entrado vigorosamente por el camino de la "revolución permanente”, gracias a la autoridad intelectual de Lenin, quien representaba, indudablemente, las aspiraciones de las masas. Gracias a Lenin y Trotski, el sistema soviético empezó bajo las formas de una nueva democracia, ampliamente espontánea. Trotski, después de haber sido uno de los principales organizadores de la insurrección y de la toma del Poder, pasó a ser el Comisario del Pueblo de Negocios Extranjeros. Publicó los tratados secretos y más tarde fue el organizador del Ejército Rojo. Durante los cuatro años de terrible guerra civil, y muy a menudo en condiciones desesperadas, obtuvo victoria tras victoria, destruyó los ejércitos reaccionarios del general Yudenith en Estonia, de Denikin en Ukrania, de Dutov en el Ural, del almirante Koltchak en Siberia y redujo a la impotencia la intervención extranjera. En ella se revelaron militantes de cualidades excepcionales: Blucher (en el Ural), fusilado por Sta1in; Tukhachevski en el Volga (fusilado); Yakir, en Ukrania (fusilado); Ivan Smirnov, en el Volga y en Siberia (fusilado); Egorov, en Tsarytan (fusilado); Smilga, Mratchkavski, Muralov (fusilados) y muchos otros, casi todos fusilados, también fusilados. No sobreviven, de aquella epopeya, más que Vorochílov, Budienny y Sta1in.

Es evidente que Trotski en el Poder tiene su parte de responsabilidad en los errores gravísimos que se cometieron junto con Lenin y los dirigentes del Partido bolchevique. Es cierto que estos grandes revolucionarios ejercieron el Poder en condiciones particularmente graves. Es cierto, también, que su psicología de doctrinarios marxistas, convencidos de tener la verdad integral y salvadora, les hizo terriblemente intolerantes y les hizo desconocer la importancia vital de la libertad y de la democracia. Todos los movimientos socialistas (y libertarios}, a excepción del bolchevique, aún cuando han sido demasiado débiles para poner en peligro el nuevo régimen, han sido ahogados con el estado de sitio. Los socialistas revolucionarios de izquierda, que tomaron las armas en contra de Lenin y Trotski se hallan en las cárceles desde 1918 (aún los hay en la actualidad}; los social-demócratas mencheviques, que se hicieron los defensores de la democracia obrera, fueron duramente perseguidos; los anarquistas fueron puestos fuera de la ley, por más que, con Makhno, jugaron tan gran papel en la liberación de la Ukrania ocupada por los blancos y que en un tratado fraternal se les prometiera solemnemente la legalidad. Lenin y Trotski al fundar la Tcheka, crearon una verdadera inquisición. Al estatizar los sindicatos y las cooperativas, desarmaron a las masas y abrieron el camino al totalitarismo.

Pero, lo que nadie puede negarles es el haber obrado de buena fé. Ya en 1923 dieron cuenta del peligro burocrático, en realidad totalitario, y resolvieron combatirlo juntos. Trotski reclamó en el "Nuevo Curso": democracia en el interior del Partido, llamamiento a las juventudes. Fue vencido por los funcionarios en los momentos en que Lenin moría a causa de un agotamiento cerebral. Desde entonces, Trotski, a despecho de muchas faltas de orden secundario, se convirtió en la intransigente y formidable encarnación de un movimiento de izquierda, el cual, en el seno del Partido, luchó hasta la muerte para devolver la democracia al seno del Partido y a los sindicatos, por el principio del internacionalismo militante, por una industrialización inteligente y humana, contra la dictadura de los secretarios y el pensamiento dirigido por los pedantes, contra la estúpida doctrina del "socialismo en un solo país" y la colaboración con el nazismo.

La tendencia totalitaria obtuvo su triunfo en 1929. Empezó con el encarcelamiento de 8.000 opositores y continuó con la persecución hasta el exterminio físico de toda la generación revolucionaria de 1917-1924. Trotski fue detenido en Moscú y trasladado por la fuerza a Alma-Ata, en la frontera del Turkestán chino; expulsado de Rusia a la fuerza y enviado a Turquía, exilado en Francia, en Noruega, en México, nunca dejó de ser un combatiente sobre el único terreno que podía serlo, el de las ideas, mientras que sus camaradas en Rusia, caían uno tras otro en las cárceles. Este combate lo ha continuado siempre junto con una obra científica de primer orden, que pasa a ser patrimonio de la cultura socialista ("Mi Vida", "Historia de la Revolución Rusa", "La Revolución Traicionada"). Uno de sus hijos fue fusilado, una de sus hijas murió en la miseria, otra se suicidó; en París, una muerte sospechosa se le llevó el mayor, León Sedov, su colaborador. Todas estas desgracias le llenaron de dolor y le agotaron y, a pesar de este estado y del peligro de ser asesinado, continuó su lucha, sin desfallecimientos, con una inteligencia siempre aguda y despierta y con una absoluta probidad. En 1936 tuvo lugar en Moscú el proceso de impostura, que inició la exterminación completa y sangrienta de la generación revolucionaria, incluso de aquellas tendencias que se opusieron por mucho tiempo a la de Trotski (Zinoviev-Kamenev-Bujarin-Rikov). El verdugo es quién hizo su ley. Se trataba de imputar la responsabilidad de la miseria terrible que padecía el pueblo ruso bajo el totalitarismo y del desastre económico de la industrialización despótica, a los viejos militantes marxistas quienes un día hubieran podido formar los equipos de recambio para sustituir al Gobierno, que además eran populares y, al mismo tiempo, al Exiliado que representaba la conciencia viva de la Revolución de Noviembre de 1917. La calumnia, la mentira, el delirio d asesinato, lo desbordaron todo. El nombre de Trotski fue suprimido de los tratados de historia de la Unión Soviética. Sólo una chispa de luz surgió en aquellos días de tiniebla. Una Comisión de intelectuales internacionales, presididos en Nueva Ycxk y en México por el gran filósofo norteamericano John Dewey, estudió por mucho tiempo aquella hojarasca criminal y proclamó la completa inocencia, la grandeza irreprochable de Trotski: ¡Not Guilty!

lunes, 8 de febrero de 2010

Sabino Arana

Sabino Arana fue un político, escritor e ideólogo vasco al que se considera padre del nacionalismo vasco.

Tras haber militado en el movimiento carlista, fundó el Eusko Alderdi Jeltzalea – Partido Nacionalista Vasco (EAJ–PNV), partido que dirigió y por el que llegó a ser Diputado provincial de Vizcaya.

A él también se deben distintos símbolos, como la ikurriña, actual bandera de la Comunidad Autónoma del País Vasco símbolo sin antecedentes históricos de filiación con las provincias vascongadas (creado por copia de la Union Jack británica)

Murió a la temprana edad de 38 años a causa de la enfermedad de Addison, dejando plasmada su ideología en 33 obras poéticas, 14 libros políticos y literarios y más de 600 artículos en prensa.

Aún en la actualidad su pensamiento continúa siendo polémico, muy criticado por sus detractores (quienes denuncian su fundamento racista o xenófobo) y justificado por sus seguidores (quienes atienden al contexto histórico de la época).

miércoles, 3 de febrero de 2010

Lo que descubrió Dalí.

Tal era su obsesión que Dalí consiguió se hiciera un análisis por rayos X del cuadro de Millet y se descubrió que debajo del cesto con patatas había un dibujo precedente que no se distinguía con claridad. Interpretó que era un ataúd infantil. En principio, entonces lo que el artista francés había representado era la muerte de un niño, hijo de dos jóvenes campesinos enterrado en medio del campo sin más presencia que la de sus padres y los inertes elementos de trabajo. Dalí lo consideró una prueba de su teoría. Para su interpretación se basó en el ensayo Da Vinci y ‘Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci’ de Sigmund Freud. Es decir, sin detenerse en los detalles biográficos de Millet, exploró sólo su carácter simbólico.