domingo, 15 de noviembre de 2009

Toma de la Bastilla

La Toma de la Bastilla se produjo en París el martes 14 de julio de 1789. A pesar de que la fortaleza medieval conocida como la Bastilla sólo custodiaba a siete prisioneros, su caída en manos de los revolucionarios parisinos supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución Francesa. La rendición de la prisión, símbolo del despotismo de la monarquía francesa, provocó un auténtico seísmo social tanto en Francia como en el resto de Europa, llegando sus ecos hasta la lejana Rusia.

Aunque esta fecha fue instituida como Fiesta Nacional francesa en 1880 porque coincidía con la Fiesta de la Federación, la toma de la Bastilla no es un acto tan glorioso como suele aparecer. La Bastille había sido durante años el bastión de muchas víctimas de la arbitrariedad monárquica. Allí se encarcelaban sin juicio a los parisinos señalados por el Rey con una simple Lettre de cachet. Era una lúgubre fortaleza medieval en pleno París, cuyo uso militar ya no se justificaba. En los Cuadernos de quejas de la ciudad de París ya se pedía su destrucción, y el ministro Necker pensaba destruirla desde 1784 por su alto coste de mantenimiento. En 1788 se había decidido su cierre, lo que explica que tuviera pocos presos en 1789. En el momento de su caída, el 14 de julio de 1789, sólo acogía a cuatro falsificadores, a un enfermo mental (Auguste Tavernier), a un noble condenado por incesto y a un cómplice de Robert François Damiens, autor de una tentativa de asesinato sobre Luis XV.

El Muro de Berlín

El Muro de Berlín , denominado "Muro de Protección Antifascista" por la comunista República Democrática Alemana y a veces apodado "Muro de la vergüenza" por parte de la opinión pública occidental,[1] fue parte de las fronteras interalemanas desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989 y separó a la República Federal Alemana de la RDA hasta ese año.[2]

El muro se extendía por 45 kilómetros que dividían la ciudad de Berlín en dos y 115 kilómetros que separaban a la parte occidental de la ciudad del territorio de la RDA. Fue uno de los símbolos más conocidos de la Guerra Fría y de la separación de Alemania.[3]

Muchas personas murieron en el intento de superar la dura vigilancia de los guardias fronterizos de la RDA cuando se dirigían al sector occidental. El número exacto de víctimas está sujeto a disputas y no se conoce con seguridad. La Fiscalía de Berlín considera que el saldo total es de 270 personas, incluyendo 33 que fallecieron como consecuencia de la detonación de minas. Por su parte el Centro de Estudios Históricos de Potsdam estima en 125 la cifra total de muertos en la zona del muro.[4

Alfredo Nobel

Alfred Nobel nació en una familia de ingenieros; a los nueve años de edad su familia se trasladó a Rusia, donde él y sus hermanos recibieron una esmerada educación en ciencias naturales y humanidades. Pasó gran parte de su juventud en San Petersburgo, donde su padre instaló una fábrica de armamento que quebró en 1859.

Regresó a Suecia en 1863, completando allí las investigaciones que había iniciado en el campo de los explosivos: en 1863 consiguió controlar mediante un detonador las explosiones de la nitroglicerina (inventada en 1846 por el italiano Ascanio Sobrero); en 1865 perfeccionó el sistema con un detonador de mercurio; y en 1867 consiguió la dinamita, un explosivo plástico resultante de absorber la nitroglicerina en un material sólido poroso (tierra de infusorios o kieselguhr), con lo que se reducían los riesgos de accidente (las explosiones accidentales de la nitroglicerina, en una de las cuales había muerto su propio hermano Emilio Nobel y otras cuatro personas, habían despertado fuertes críticas contra Nobel y sus fábricas).

Aún produjo otras invenciones en el terreno de los explosivos, como la gelignita (1875) o la balistita (1887). Nobel patentó todos sus inventos y fundó compañías para fabricarlos y comercializarlos desde 1865 (primero en Estocolmo y Hamburgo, luego también en Nueva York y San Francisco). Sus productos fueron de enorme importancia para la construcción, la minería y la ingeniería, pero también para la industria militar (para la cual habían sido expresamente diseñados algunos de ellos, como la balistita o pólvora sin humo); con ellos puso los cimientos de una fortuna, que acrecentó con la inversión en pozos de petróleo en el Cáucaso.
Por todo ello, Nobel acumuló una enorme riqueza, pero también cierto complejo de culpa por el mal y la destrucción que sus inventos pudieran haber causado a la Humanidad en los campos de batalla. La combinación de ambas razones le llevó a legar la mayor parte de su fortuna a una sociedad filantrópica –La Fundación Nobel–, creada en 1900 con el encargo de otorgar una serie de premios anuales a las personas que más hubieran hecho en beneficio de la Humanidad en los terrenos de la física, química, medicina, fisiología, psicologia, literatura y la paz mundial, y a partir del año 1969 también en la economía.

De sus más de 350 patentes, su invento más famoso es la dinamita, que resolvía el problema de la gran inestabilidad de la nitroglicerina y que, a partir de ese momento, evitó las muertes que se producían durante la manipulación de la misma, al hacer ésta más manejable al mezclarla con tierra de infusorios. Posiblemente, el gran incentivo para este invento fue la muerte de su hermano pequeño en el laboratorio donde artesanalmente fabricaban la nitroglicerina.

En su testamento firmado el 27 de noviembre de 1895 en el Club Sueco-Noruego de París, Nobel instaura con su fortuna un fondo con el que se premiaría a los mejores exponentes en la Literatura, Fisiología o Medicina, Física, Química y la Paz. Un ataque cardíaco le causó la muerte cuando estaba en su hogar en San Remo, Italia, el día 10 de diciembre de 1896.

Se calcula que su fortuna en el momento de su muerte era de 33.000.000 coronas, de las que legó a su familia apenas 100.000 coronas. El resto fue destinado a los premios Nobel. En su honor llamaron a un asteroide (6032) Nobel.

Unión del ferrocarril de EE.UU

domingo, 8 de noviembre de 2009

Los martires de Tazacorte

En la ermita de San Miguel de Tazacorte se conservan las reliquias de las víctimas del más sangriento de los dramas acaecidos en nuestras costas. El 5 de junio de 1570, en el galeón Santiago, salieron de Portugal el padre fray Ignacio de Acevedo y 39 religiosos de la Compañía de Jesús con rumbo a brasil, por mandato del general de los jesuitas Francisco de Borja. El barco hizo escala en Tazacorte y los pasajeros se hospedaron en la casa de Melchor Monteverde, que se había educado en Oporto junto al padre Acevedo. El día 13 el padre Acevedo celebró en la ermita de Tazacorte y dio la comunión a los 39 compañeros y demás personas que les acompañaban. A continuación subieron a bordo para dirigirse a Santa Cruz de La Palma con el fin de descargar mercancías. Cuando estaban a la altura de la punta de Fuencaliente, muy cerca de la costa, fueron atacados por cinco embarcaciones de hugonotes pertenecientes a la flota del sanguinario pirata Jacques Sores. Cuenta Rumeu de Armas que el capitán del galeón Santiago, viendo el buen ánimo de los misioneros y su generosidad, pidió al padre Acevedo que les permitiera entregarles armas para defenderse de los atacantes, pero que éste del dijo que ellos sólo podían dedicarse a asistir a los heridos y moribundos, curándolos o ayudándolos a bien morir. Lo cierto es que Sores se apoderó del Santiago, mientras el padre Acevedo animaba a los misioneros a morir por la fe. Y así sucedió. El padre Acevedo y todos los misioneros fueron sometidos a atroces tormentos y pasados a cuchillo, para ser finalmente arrojados al mar. En la ermita de San Miguel de Tazacorte se conservan las reliquias de estos mártires. Este templo fue fundado pocos años después de la conquista y dedicado al Arcángel, en conmemoración de haber arribado a aquella playa los conquistadores un 29 de septiembre.