martes, 27 de octubre de 2009

Jardin botánico de Puerto de la Cruz

El Jardín de Aclimatación de La Orotava, también llamado Jardín Botánico, o normalmente como El Botánico, es un Jardín botánico situado en el Puerto de la Cruz en la isla canaria de Tenerife .El nombre de Jardín de Aclimatación de La Orotava proviene porque antiguamente el Puerto de la Cruz pertenecía al municipio de La Orotava y era conocido como Puerto de La Orotava, conservándose el nombre original, lo que en ocasiones lleva a confusión su situación.
El "Jardín de Aclimatación" tiene sus orígenes en una orden de fundación de 17 de agosto de 1788, por parte del rey ilustrado y absoluto Carlos III de España de 17 de agosto de 1788, y también por la cual los científicos recolectores en las colonias españolas del Nuevo Mundo debían de reunir plantas exóticas en este jardín, y después de un periodo de aclimatación, posteriormente trasladarlas a sus jardines reales de Madrid y Aranjuez.
El Jardín de Aclimatación de La Orotava, era pues, tras el Real Jardín Botánico de Madrid, que también poco antes fue fundado por orden del rey Carlos III, el segundo jardín botánico de España.
El proyecto continuó con la búsqueda del emplazamiento más apropiado, donde instalar el jardín, de lo cual se encargó Alonso de Nava y Grimón, VI. Marqués de Villanueva del Prado (1757-1832). El terreno fue un regalo de Don Francisco Bautista de Lugo y Saavedra, Señor de Fuerteventura.
Aunque el rey Carlos III de España murió en 1788, unos pocos meses después del decreto de la fundación, su sucesor Carlos IV de España también era favorable con el proyecto. Así en 1790 empezaron los trabajos según planos del arquitecto Diego Nicholas Eduardo que dispuso zonas de siembra de formas geométricas, terminado el trabajo de diseño en 1791. Y las primeras 35 plántulas se sembraron en 1792.
Pero el intento de aclimatación en su traslado a la península no funcionó, pues el clima del interior de la península Ibérica, es muy diferente del que hay en Tenerife.

Isleños de Luisiana

Los Isleños de Luisiana:
Documentos de la época, actas notariales, Actas del Cabildo, algunos mapas, informes de los servicios de inteligencia británicos, retratos de gobernantes como Ulloa, Miró y Alejandro O'Reilly, o información abundante sobre la sociedad y la economía local, la escalvitud, y la vida cotidiana en las plantaciones, han contribuido a divulgar, con gran exactitud, la historia de la presencia hispana en el territorio que abarca prácticamente todo el Valle del Mississippi; presencia que, de modo paralelo, tiene un reflejo en la vida cotidiana de la ciudad, ya que, en la mayoría de las calles del casco antiguo, nos encontramos con rótulos de cerámica que dicen "Cuando Nueva Orleans era capital de la provincia española de Luisiana (1762-1803) este lugar se llamaba "calle Real", o "del Muelle", o de "San Pedro", entre otras muchas, hasta llegar a la Plaza de Armas, muy cerca del río y a la vista del moderno edificio del World Trade Center, donde figuran los escudos de las cincuenta provincias españolas. Sin embargo, la presencia hispana en Nueva Orleans, durante los últimos ciento noventa años, no sólo se ha recordado a través de muestras efímeras, de contactos eventuales, de rótulos callejeros, sino que ha estado muy viva en el seno de una comunidad que nunca olvidó a sus ancestros, ni su lengua, ni su procedencia, por la que siempre han sido identificados, "los isleños", los descendientes de emigrantes canarios del siglo XVIII, habitantes de la isla Delacroix, de la Parroquia de San Bernardo.
"En los siglos XVII y XVIII los isleños ya no van a sustituir a una población que ha desaparecido; emigran con otra finalidad: como fundadores de nuevos pueblos y ciudades..., o bien para evitar el avance humano y político de países extranjeros infiltrados dentro de posesiones españolas. Y así Santo Domingo, Puerto Rico, Texas, Luisiana, Campeche, Cumaná, ven engrosadas sus respectivas poblaciones con individuos procedentes de las Islas Canarias". (Julio Herrera García)
Una muestra exacta de estas "nuevas finalidades" la dan los canarios que, en los últimos años del siglo XVIII, se asentaron en las tierras más húmedas, agrestes e indómitas de las marismas del Mississippi, a unos 25 kilómetros de Nueva Orleans, ciudad fundada por los franceses en 1718. El español Hernando de Soto fue el primer europeo que exploró las tierras de la Luisiana en 1541, pero Robert Cavelier de la Salle sería quien las reclamara para Francia en 1682, por lo que formaron parte de sus posesiones en América hasta que, por la firma de París, el 10 de febrero de 1763, pasan a ser provincia española durante cuarenta años. En 1802 Napoleón lo vende a los Estados Unidos por ochenta millones de francos. Hoy los rasgos culturales franceses y españoles configuran la idiosincrasia de la cuna del jazz y de los más célebres carnavales de toda Norteamérica. España nombra en 1777, gobernador del territorio al inquieto coronel del regimiento de Luisiana Bernardo de Gálvez, que, tanto para colonizar y constituir nuevos asentamientos, como para evitar la preeminencia de habitantes procedentes de otros países, propicia una importante etapa de inmigraciones hacia la Luisiana que, según narra Charles Gayarré en su Historia de Luisiana, "recibió entonces un aumento de su población con la llegada de gran número de familias llevadas a Luisiana desde las Islas Canarias a expensas del rey. Algunas de ellas se establecieron en Terre aux Boeufs, una parte del territorio que hoy queda comprendido dentro de la Parroquia de San Bernardo".
Los pobladores canarios, desde su llegada entre 1778 y 1783, se establecieron, en gran mayoría , en el lugar llamado Isla Delacroix, que toma su nombre de la condesa de Saua de la Croix, de París, que, como recoge Roger Baudier en su libro La Iglesia Católica en Luisiana, cedió allí en 1874 unos terrenos adecuados para la edificación de una escuela y de una iglesia. Durante años la ocupación principal de los "isleños" ha sido la caza y la pesca, en especial de un cangrejo de río, por ellos denominados "jaiba", labor que se realiza en condiciones muy duras, perpetuada en las estrofas de unas famosas décimas, La vida de un jaibero, hoy cantada por el conocido decimista Irvan Pérez, que, junto con su hermano Alfred, recopilan los últimos vestigios que quedan de las décimas tradicionales, de ancianos como Chelito Campos, que a sus noventa y cuatro años aún canta durante las reuniones familiares, y difunden la historia de su comunidad, a la que se dedican las décimas "Setecientos setenta y siete / varias familias dejaron las Islas Canarias", y que participaron, en diciembre de 1992, en un congreso de decimistas organizado por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, bajo la dirección del profesor Dr. Maximiano Trapero. Si el fenómeno de la conservación del español, lleno de arcaísmos propios de Canarias en el s.XVIII, se debe en gran medida al aislamiento en que vivió esta comunidad hasta casi la II Guerra Mundial, por lo que es exclusivamente una lengua familiar y oral, esto permitió también mantener unos lazos estrechos que hoy confluyen en unas relaciones sólidas, basadas en el sentimiento de identidad que les agrupa, y cuyo exponente oficial es la dinámica asociación "Herencia & Cultura Sociedad de los isleños de San Bernardo", de la que han sido sus últimos e inquietos presidentes Alfred Pérez y Lairy Teror. Y es que, como afirma Gilbert C. Din en su libro "The Canary islanders of Luisiana", "los isleños permanecieron muy aislados del centro cultural de Luisiana", a lo que se une el que "los pocos cientos de Isleños Canarios llevados a Luisiana por los Gobernadores españoles en el s. XVIII provenían de un grupo de islas que, aunque ostensiblemente españolas, habían desarrollado sus propias pautas culturales y tradicionales", lo que se reflejó enseguida en el desarrollo de aquella comunidad aislada en el territorio de la Parroquia de San Bernardo